Después de llorar por su ciudad aquel 2 de enero de 1492,
cosa que muy seguramente no hizo, a Boabdil, el último rey de Granada, le
quedaba aún mucha vida por delante. E intensa. De hecho, tras dejar su reino,
en lugar de desvanecerse en la historia en una nube de lágrimas y melancolía,
como correspondería a la leyenda romántica del desventurado y sollozante rey
Chico (o Chiquito, para más guasa), Abu Abdalla Mohamed XII (XI, según nuevas
investigaciones), llamado Boabdil en una corrupción cristiana de su nombre,
pasó a ocupar un feudo en las Alpujarras y, tras morir su mujer, la famosa
Morayma, marchó de allí en octubre de 1493 con un numeroso séquito y su madre,
la irreductible y maniobrera Aixa, a Fez. En la ciudad marroquí, lejos de
Al-Andalus, vivió como príncipe huésped del sultán hasta su muerte en 1533, 40
años después.
Según algunos testimonios, en contraste con el cliché de
cobardica de la vieja historiografía acartonada, Boabdil habría ayudado
corajudamente a su anfitrión en sus guerras, con las armas en la mano, e
incluso habría muerto en batalla, de un lanzazo y una flecha. Destino llamativo
para un supuesto pusilánime que ha enriquecido nuestro imaginario con su llanto
y nuestra toponimia con sus suspiros.
Fuentes de la época sitúan su lugar de entierro en una
musalla (zona abierta dedicada a la oración) junto a la Bab Sharia, la Puerta
de la Justicia, de la medina de Fez, hoy conocida como la Puerta del Quemado...
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